Alejandro Magno. |
Babieca, caballo del “Cid Campeador”.
Don Rodrigo Díaz de Vivar también conocido como el Cid
campeador, fue un héroe de la España medieval, a veces el personaje histórico
se mezcla con la leyenda ya que la mayor parte de su historia la conocemos
gracias al cantar de gesta llamado el cantar del mío Cid, no se sabe quién lo
escribió pero sobrevivió hasta nuestros días y gracias a el conocemos datos
como cuál era el nombre de su caballo y que era de pelaje blanco y al parecer
de raza Andaluza, aunque no está muy claro, hay quien dice que era de origen
leonés (de la comarca de Babia). Era un caballo obediente, ágil y lleno de brío,
ideal para la guerra. Según la leyenda, la última batalla que ganó el Cid, fue gracias
en gran medida a su brioso caballo. El cuerpo sin vida del Cid, fue atado a la
silla de su corcel que a todo galope marchó frente a sus tropas, levantando la
moral de los soldados y amedrentando a los musulmanes, que al ver semejante
escena, pensaron que el Cid se había levantado de entre los muertos para seguir
luchando.
Bucéfalo, caballo de “Alejandro Magno”.
Alejandro Magno fue el general más grande de la Historia y
el “hombre de Estado” más genial de su tiempo. Según la leyenda fue en sus
tiempos de jefe de la caballería cuando pidió a su padre que le proporcionase
“caballos de Tesalia” por ser los mejores del mundo para la guerra. Cuando
tenía 12 años, encontró a Bucéfalo, mientras presentaba diversos caballos ante
su padre para que los comprara. El caballo comenzó a mostrarse tosco y salvaje,
relinchando y lanzando coces por doquier, sin que nadie lograra apaciguarlo,
entonces el joven Alejandro logró montar al caballo, momento en que su padre
pronuncio la célebre frase: “Hijo, búscate un reino que se iguale a tu
grandeza, porque Macedonia es pequeña para ti”. Bucéfalo sí permitió ser
cuidado por los sirvientes de Alejandro, pero sólo se dejaba montar por él. Era
de color negro azabache y una estrella blanca en la frente con forma de “cabeza
de buey” (de ahí Bucéfalo), poseía una cabeza de frente ancha y perfil
ligeramente cóncavo (característico de la sangre oriental), era considerado de
gran tamaño comparado con sus contemporáneos. Se dice que uno de sus ojos era
de color azul y despertaba el asombro de todos por su belleza, su poderío y su
rebeldía, tenía un temperamento arisco y difícil.
Palomo, caballo de Simón Bolívar.
Era el nombre del caballo de Simón Bolívar, emancipador de
Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y fundador de Bolivia. Era un
caballo blanco, que le fue obsequiado por el congreso de la gran Colombia, de
gran estatura, con una cola que le caía casi hasta el suelo y lo acompaño en su
gesta libertadora en Sudamérica. Murió en la hacienda Mulaló, dentro de lo que
hoy es el municipio de Yumbo, en el Valle del Cauca. Fue enterrado al lado de
la capilla, junto a una frondosa y antigua ceiba. Las herraduras del animal y
diversos elementos que pertenecían a Simón Bolívar son exhibidos como
testimonio en el Museo de Mulaló.
Siete Leguas, caballo de Pancho villa.
José Doroteo Arango Arámbula, mejor conocido por su
seudónimo Francisco Villa o el hipocorístico del éste, Pancho Villa. De familia
muy humilde, después de sufrir su familia la injusticia, se convirtió en
forajido y llego a ser uno de los jefes de la revolución mexicana, cuya
actuación militar fue decisiva para la derrota del régimen del entonces
presidente Victoriano Huerta. Originario del estado de Durango (se desconoce si
era de Río Grandeo de San Juan del Río), nació el 5 de junio de 1878 y murió
asesinado en una emboscada en Hidalgo del Parral (Chihuahua) el 20 de julio de
1923. Durante la revolución fue conocido como “El Centauro del Norte”. Siempre
acompañado por su fiel compañero, su caballo llamado Siete Leguas (O Granos de
Oro) junto a su caballo lucho en varias batallas pero también le ayudo en su
huida por el desierto cuando el entonces joven oficial de Estados Unidos George
Patton salió en su búsqueda para atraparlo como castigo por haber penetrado
Villa en territorio Norteamericano.
Patton después de meses, abandono la persecución cuando
entendió que Villa era imposible de atrapar en un lugar que conocía como la
palma de su mano.
As de Oros, caballo de Emiliano Zapata.
Emiliano Zapata Salazar (San Miguel Anenecuilco, Morelos, 8
de agosto de 1879 — Chinameca, Morelos, 10 de abril de 1919) fue uno de los
líderes militares más importantes durante la Revolución mexicana, comandó un
importante ejército durante la revolución, el Ejército Libertador del
Sur. Conocido como el Caudillo del Sur, era hijo de Gabriel Zapata y Cleofás
Salazar, y nació en una familia campesina.
La relación tan buena que tenía Zapata con su caballo
inspiro muchas canciones y rancheras, según la leyenda el inteligente corcel le
salvo la vida varias veces.
Othar, caballo de Atila.
Fue el caballo de Atila el huno (“el azote de Dios”, Etzel
para los alemanes y Ethele para los húngaros) del que se decía que por donde
pisaba no volvía a crecer la hierba.
Atila nunca adornó su caballo porque para los hunos, el
caballo era uno de sus tres animales sagrados, por tanto era una ofensa
cargarlo con adornos y colgajos. Además, los hunos consideraban que su caballo
era una prolongación de su ser, era como su otra mitad, de hecho, fue gracias a
los caballos que los hunos lograron tener uno de los más grandes imperios de la
historia durante casi ochenta años.
Genitor, caballo de Julio César.
Parece ser que “Génitor” -que significa creador, padre o
reproductor- fue llamado así por César en recuerdo de su padre muerto, cuando
tan sólo tenía catorce o quince años. Nació en sus establos y lo alimentó con
gran cuidado, también fue el primero en montarlo. El caballo presentaba
atavismo en las patas, por lo que tenía varios dedos largos rematados en pezuña
además del casco central, algo causado por la desactivación del gen inhibidor
que impide el crecimiento de más dedos en los caballos aparte del tercero
durante el desarrollo embrionario. Los augures tomaron esta rareza como un
designio de los dioses y profetizaron que quien lo montase dominaría el mundo. César
lo adoptó como su caballo preferido y prohibió que nadie más lo usase como
cabalgadura. Participó junto con su amo en la Guerra de las Galias y le
acompañó en el paso del río Rubicón. Julio César mandó construir una estatua de
su caballo frente al templo de la Venus Genetrix para que lo protegiera durante
las batallas.
Huaso.
Es el nombre del caballo de Alberto Larraguibel, con quien
rompió el récord de salto alto de equitación el 5 de febrero de 1949 en el
Regimiento Coraceros de Viña del Mar, al batir los 2,47 metros de altura
quebrando el récord anterior de 2,44 metros, en manos del jinete italiano
Antonio Gutiérrez, en “Ossopo”. Nació en 1933 y medía 1,68 metros, antes de
llamaba “Faithfu” pero luego fue rebautizado como “Huaso”. En 1949, al momento
de la hazaña tenía 16 años. Después de batir el Récord Mundial de Salto Alto,
Huaso pasó a un merecido descanso en la Escuela de Caballería, donde tenía el
derecho de pasearse por los prados y jardines sin que nadie lo montara hasta el
día de su muerte, el 24 de agosto de 1961, con 29 años. Actualmente sus restos
descansan en la Escuela de Caballería Blindada de Quillota.
Los caballos de
Aníbal.
Según las mejores fuentes históricas (Polibio el Griego y
Tito Livio) y las leyendas surgidas en torno a los desaparecidos relatos de su
cronista Sosylos, el famoso general cartaginés tuvo, entre otros, tres caballos
con nombre propio: Ibero, Strategos e Iris. El primero fue
"el caballo de Sagunto", o sea, aquél con el que sitió y venció a los
saguntinos, entonces amigos de Roma, en la primera fase del camino hacia los
Alpes, Ibero era el nombre del río Ebro, pero también la frontera que
Roma había impuesto entre ella y Cartago. Por eso el cruzar el Ebro fue como la
ruptura con Roma y el comienzo de la segunda guerra púnica. Ibero murió,
según la leyenda, cerca del Ródano o durante la escaramuza con los celtas galos
que se interponían en su marcha.
Strategos -en griego "general"- fue
"el caballo de los Alpes", aquel con el que culminó la hazaña del
gran ejército y los elefantes. Al parecer era un caballo impresionante, de gran
alzada y color azabache, inquieto, agresivo en la carrera y fácilmente
manejable en el combate (y no hay que olvidar que los cartagineses montaban sus
caballos sin frenos, sin bocado y muchas veces sin bridas)... que se había
hecho traer de la Tesalia griega en un afán de imitar a su gran ídolo juvenil:
Alejandro Magno.
Más tarde, aunque no se sabe qué fue de Strategos,
el cartaginés se prendó de una yegua que le regaló Filipo V de Macedonia, y a
la que puso de nombre Iris, en honor de su "gran amor"
italiano: la dama de ese nombre, señora de Salapia, que se suicidó al final
arrojándose desde las murallas antes de ver vencido a "su" héroe.
Sin embargo, el corcel más famoso entre los cartagineses de
Aníbal fue Ras, cuyo dueño era el jefe de la caballería, capitán
Maharbal (Marr), que según los biógrafos era el que más sabía de caballos en
"todo el mundo".
Los caballos de
carreras de la Hispania romana.
Iscolasticus,
Famosus, Eridannus, Ispumosis, Pelps, Lucxuriosus, Pyripinus, Arpostus, Eutrata,
Eustolus, Eupbium, Paticium, Polystefanus, Pantacarus... son nombres de caballos que pasaron a la
Historia con luz propia. Como los ganaderos Nicati y Concordi.
Pero el más famoso
animal de la Hispania romana fue, sin duda, Regnator..., es decir, el
"rey", el "dueño", el "soberano"..., el caballo
más impresionante que conocieron los siglos, según las leyendas que han
sobrevivido dentro o al margen de la Historia. Regnator era, al parecer,
descendiente directo de aquellos caballos númidas que el cartaginés Asdrúbal
trajo a España en el esplendor de Cartago... y nació y se crió en una yeguada
de la campiña cordobesa llamada el Alcaide. Regnator era un alazán
tostado, próximo al castaño, con crines y cola doradas, y tenía una altura en
la cruz de 1,60 metros... y corría como el viento.
Regnator participó, dice la leyenda, en más de cuatro
mil carreras sin conocer la derrota y llegó a ser el caballo-ídolo de las
multitudes por algo muy curioso: su torpeza en las salidas. Regnator
ganaba saliendo de atrás y ponía el circo de pie cuando comenzaba a adelantar a
sus rivales. Como guía de cuadriga jamás tuvo ningún otro animal el renombre
que él alcanzó.
De Regnator
se cuenta también que en cierta ocasión ganó dos carreras en un mismo día: una
por la mañana en Córdoba y otra por la tarde en Mérida.
Y, sin embargo, ni
la Historia ni la leyenda han guardado los nombres de los hombres que fueron
sus dueños o sus jinetes. Lo cual dice por sí mismo el valor que el caballo
tuvo en determinados momentos de la Historia.
El caballo del emperador Calígula.
Se llamaba Incitatus, es decir,
"Impetuoso", y al parecer era de origen hispano, lo cual no
sorprende, pues Roma importaba cada año de Hispania alrededor de diez mil
caballos. "Los caballos hispanos -escribiría años más tarde Simmaco a
Salustio- son de gran alzada, buenas proporciones, posición erguida y cabeza
hermosa. Como caballos de viaje son duros, no enflaquecidos. Son muy valientes
y veloces, no haciendo falta que se les espolee... Tienen el pelo liso, corren
mucho y son poco apropiados para ir al paso por su genio y coraje".
Calígula, por lo visto, llegó a adorar a la noble bestia
hasta el punto de que -según Suetonio- mandó construir para él una caballeriza
de mármol y un pesebre de marfil... y más tarde una casa-palacio con servidores
y mobiliario de lujo, para que recibiese a las personas que le mandaba como
"invitados".
"También se cuenta -termina diciendo Suetonio en su Vida
de los doce Césares- que había decidido hacerle consúl."
Claro que en este caso la historia se queda corta, porque
Calígula llegó más lejos en su pasión por Incitatus. La leyenda asegura
que el joven emperador, inclinado por el bando verde, comía y dormía en los
establos, junto al caballo, los días de carreras... y, para que nadie ni nada
turbase al equino, ya desde la víspera decretaba el "silencio
general" de toda la ciudad bajo pena de muerte a quien no lo respetase.
Se cuenta que en una de aquellas carreras, a pesar de todo,
perdió Incitatus y que Calígula no pudo contenerse y mandó matar al
osado auriga, pero diciéndole al verdugo aquello de "mátalo lentamente
para que se sienta morir."
"Los hombres lloran porque las cosas no son lo que
deberían ser... El mundo, tal como está, no es soportable -dijo en otra ocasión-,
y eso lo sabe mejor que nadie Incitatus... ¿Por qué mi caballo, que es
más inteligente y más noble que todos vosotros, no puede ser igual
vosotros?"
El caballo de Carlos V.
Carlos V tuvo muchos caballos pero quizás el más famoso es
el caballo en el que fue retratado por Tiziano después de haber ganado la
batalla de Mühlberg. En aquella batalla se produjeron dos milagros: el
descubrimiento del vado en el Elba que permitió el paso de las tropas
imperiales sin que lo supieran los luteranos y, por tanto, la victoria... y el
hecho mismo de que el emperador se sostuviese sobre Determinado en pleno ataque de gota. Afortunadamente, y para
que quedase constancia de ello, "allí" estaban Tiziano y sus pinceles
de oro y grana.
Los caballos de Hernán
Cortes.
Arriero y Molinero quizás fueron los más
famosos pero no los únicos..., pues cuando Cortés hace su segunda entrada en
Tenochtitlán (agosto de 1521) lo hace a lomos de un caballo "muy
bueno", castaño oscuro, que le llaman Romo. Y quizás más
famoso aún fue el de la marcha a las Hibueras, aquel que ocasionó la curiosa
historia con los indígenas. "Resulta que al transitar cerca del lago de
Petén -escribe Morales Padrón- se le hirió en un remo y, como Cortés pensaba
retornar por el mismo sitio, lo dejó al cuidado del cacique de Tayasal, pueblo
situado en una isla del lago, donde hoy está la población guatemalteca de
Flores. Sucedió que Cortés regresó a México por mar y su caballo quedó entre
los indios hasta que murió. Pasados muchos años llegaron a Petén dos franciscanos,
y cuál no sería su asombro al ver que los indios adoraban a un caballo de
piedra bajo el nombre de Tziunchán o dios del trueno y el rayo. Puestos
a indagar, supieron que al morírseles el caballo de Cortés hicieron una réplica
de piedra para conjurar la cólera de los dioses. El fanatismo por la imagen era
tal que los franciscanos tuvieron que huir después de destrozarla."
Los caballos de Napoleón.
Si bien sus cualidades militares lo convirtieron en el más
grande comandante de la historia, Napoleón Bonaparte nunca destaco como un buen
jinete, la mayoría de los historiadores están de acuerdo en que fue un jinete
mediocre y lo comprueba el hecho de prefería los caballos tordos, que son los
de temperamento más dócil, y que nunca montó un caballo mal domado. Su
constitución física (escasa estatura, piernas cortas, torso prominente) no le
favorecía demasiado para destacar en el arte de la equitación. Constant, su
ayudante de cámara, cuenta en sus memorias que todos los ejemplares destinados
para él eran adiestrados para recibir toda clase de molestias sin
moverse, para lo que se les daban latigazos en la cabeza, se tiraban cohetes y
disparos junto a sus orejas, para que no se asustasen en la refriega dela de la
batalla, y se hacían pasar por entre sus patas cerdos y ovejas. Las caídas del
emperador fueron frecuentes y muchas de ellas están documentadas.
Por tanto se está lejos de la imagen idealizada como la que
le muestra sobre una fogosa montura galopando por los hielos del San Bernardo.
Sin embargo, Bonaparte compensaba sus carencias como jinete, con una energía y
una resistencia que le hacían objeto de admiración incluso entre sus veteranos
cazadores a caballo.
Sus Caballos…
Napoleón gustaba de dar a sus caballos nombres mágicos o
mitológicos, -como Cyrus, Tauris, Nerón, Tamerlán, Epicurien y Cerbére- otros
llevaron nombres de lugares geográficos o de batallas victoriosas. Así Cyrus
fue rebautizado Austerlitz y también tuvo un Jaffa, un Friedland, un Wagram, un
Montevideo y un Córdoba. Otros llevaron el nombre de su región de origen, como
Cantal, Calvados, Girsors, Kurde, El Cir, Alí, Styne, Emir, Sheik y Gonzalve.
En cambio, otras monturas recibieron nombres más imaginativos como Roitelet,
Intendant, Ingenu, Coquet, Numide y Embelli. Sus caballos preferidos eran los
árabes, que trajo de Egipto, los españoles (quince de ellos regalo de Carlos VI
en agosto de 1800) los rusos (ofrecidos por Alejandro) los bávaros (bestias
enormes que le hacían parecer demasiado pequeño), los sirios, los americanos de
la Plata y los turcos.
Marengo…
Era un caballo tordillo de raza árabe con 1.45 metros de
alzada (que recibió su nombre después de la victoria monumental obtenida en la
batalla de Marengo, Italia el 14 de julio de 1800), fue importado de
Egipto a Francia en el año 1799, a la edad de seis años.
Marengo era descrito como un caballo fuerte, valiente y de
gran resistencia física y mental (por eso fue que se convirtió en el preferido
de Napoleón de entre los 120 de los que se componía su cuadra), pues como botón
de muestra se tiene el siguiente suceso de su campaña en España: viéndose
obligado a interrumpir la persecución de Moore para dirigirse a Francia, ante
la creciente amenaza de Austria, Napoleón se lanzó a una épica cabalgada a
lomos de marengo desde Valladolid hasta Burgos: 120 kilómetros en tres horas y
media, por caminos infestados de guerrilleros. Llegó prácticamente solo, sin
volver la cabeza, dejando atrás a sus cazadores de escolta, generales y
mariscales.
Marengo acompaño al Comandante durante las batallas de
Austerlitz (1805), Jena-Auerstedt (1806), Wagram (1809), y la célebre batalla
de Waterloo (1815). Fue herido en ocho ocasiones y hasta sobrevivió la
recordada retirada de Moscú en 1812, batalla en donde, como anécdota, se cuenta
que el tordillo se asustó ante una liebre en aquel terrible invierno ruso, y
terminó tirando de la montura al emperador francés. Aquello fue tomado como una
premonición de la futura derrota.
Finalmente, sus días junto a Napoleón acabaron tras la
batalla de Waterloo. Allí, el famoso tordillo fue capturado por el ejército
inglés, y Lord Petre lo llevó a Inglaterra, donde el General Angerstein (de la
Guardia de Granaderos) lo compró. Con 27 años, Marengo fue dispuesto como
padrillo del Haras New Barnes en donde prestaría servicios sin destacar mucho.
A los 38 años, una edad realmente avanzada para un caballo,
Marengo murió. Su esqueleto aún se exhibe en el Museo Nacional de la Armada de
Sandhurst, aunque versiones modernas han puesto en discusión de que se trate
del Marengo real.
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